INSOMNIO

 

Susana llevaba dos días con insomnio. Detectó que Lupe, una de sus alumnas, aprobó la última evaluación con una nota superior a su promedio habitual. Sabía que Lupe se esforzaba. Solía preguntar incluso después de terminadas las clases, aunque era notorio que no tuvo buena base en el colegio.

Susana comprobó que una de las respuestas de Lupe no correspondía a la pregunta que le había tocado, sino a otra versión aleatoria de esa prueba.  Los enunciados se parecían y por supuesto que las respuestas eran diferentes. Y Lupe llenó una tabla con seis datos errados para su pregunta. Y esos seis datos eran acertados en la pregunta que de seguro le tocó a otro alumno. Y esa imposible probabilidad desencadenó el insomnio.  No puedo cortarle las alas antes de que aprenda a volar. La alerta maternal ante un inminente llanto nocturno. Sabía que si procedía con aplomo, el proceso disciplinario sería severo. 

Al tercer día del hallazgo, Susana llamó a su buen amigo Martín, catedrático de otra universidad. Le contó lo sucedido. Le contó que no podía conciliar el sueño. Él también coincidía que era una decisión difícil de tomar.  Es que es cachimba y entiendo su desesperación ahora que está por terminar el semestre y quiere pasar. Esa no es la manera y lo sabes. Lo sé, pero…

A Martín se le ocurrió desarrollar un caso hipotético con sus alumnos de derecho que cursaban el cuarto ciclo. Presentó el caso en su clase para que sus alumnos juzgaran. Algunos decían que lo justo es lo justo. Otros que no era para tanto. Alguien dijo que así es el país. La ética. La justicia. El dejar pasar.

Horas después, Susana recibió el resultado del experimento de Martín. Haz lo que dicte tu conciencia, terminó por decirle el amigo.

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