ABIRERI
Abireri era un brujo de magia negra. Podía transfigurarse y convertirse en fiera o en un joven apuesto si le apetecía. Seducía a cada mujer que podía en cada aldea. Tenía el propósito de crear una tribu de guerreros con su propia sangre. Katane era testigo de cómo su amo, Abireri, convirtió en serpientes o sapos a muchos de sus enemigos. Lo vio muchas veces convertirse en pantera negra para devorar a guerreros vencidos y alimentarse de la fuerza de sus espíritus tibios que ardieron en batalla. Lo vio muchas veces retornar a su apariencia deforme de viejo enclenque, gritando con las fauces abiertas, mientras la sangre del vencido lo bañaba en una salvaje euforia.
Abireri era
poderoso, pero no siempre tenía la energía suficiente cuando se extendía en los
límites de su poder. Cuando los conjuros a los demonios
no le resultaban a Abireri, el brujo recurría a Katane. El muchacho le servía
para escabullirse en las aldeas y conseguirle alguna mujer al maestro. Katane ni siquiera era un aprendiz. Era lo
suficiente audaz para darse cuenta de que no era parte de los planes de
Abireri. Le era imposible revelarse ante
él y por eso planeó con cuidado escaparse del dominio de Abireri. Una noche de
luna llena, Katane se aventuró a salir del lecho donde dormía. Caminó entre la
maleza, zigzagueando en la selva para evitar que el brujo siguiera su rastro.
Hasta que él mismo se desubicó entre el oscuro verdor de su entorno. No le quedaba más que seguir el sonido de las aguas de un río y lo encontró. A pesar de
que la corriente era fuerte, Katane estaba decidido a cruzarlo. Prefería
intentarlo que vivir bajo el yugo de Abireri. Pero no fue la bravura del río
que detuvo su camino hacia la otra orilla. Estaba en las aguas, esforzándose,
alargando sus brazadas para lograr su libertad. Estaba exhausto pero
emocionado. De pronto sintió que sus piernas no le respondían. Se sintió
atrapado. Luego esa sensación le llegó a los brazos. Sin voluntad de sus
movimientos pensó que encontraría la muerte en esa turbiedad de aquel afluente
del Amazonas. Se vio arrastrado de vuelta hacia la misma orilla. Se vio
envuelto en una anaconda. Se extrañó estar vivo. Más extraño le pareció que la
bestia le apretujaba el vientre para sacarle el agua que había tragado. En tanto se recobraba, Katane vio cómo la
anaconda se transformaba en Abireri. Al estar tan cerca de la muerte, el
muchacho prometió a su amo que jamás lo abandonaría. (continuará)
Creencias y realidades de NUESTROS pueblos, me envolvi en su zigzageo por la selva.
ResponderBorrar