ABIRERI

 




La mujer se adentró a la selva con un machete en mano. Estaba a punto de traer a la vida al engendro que llevaba en el vientre. Solo esperaba que llegara la media noche, para hacer el conjuro que le permitiría recuperar todo su poder. Katane se mantenía a su lado. Habían pasado nueve meses desde que fue seducido por esa vieja mujer con un trago de ayahuasca. En ese trance, Katane se vio como un dios, capaz de atravesar el fuego sin quemarse, de respirar bajo el agua, o de trepar con agilidad por los árboles. Esa horrible mujer le ofrecía imágenes de un espléndido futuro. Todo eso y más te será concedido, le repetía ella, mientras la mente de Katane alucinaba, sin sentir la presencia de Abireri.

Abireri era un brujo de magia negra. Podía transfigurarse y convertirse en fiera o en un joven apuesto si le apetecía. Seducía a cada mujer que podía en cada aldea. Tenía el propósito de crear una tribu de guerreros con su propia sangre. Katane era testigo de cómo su amo, Abireri, convirtió en serpientes o sapos a muchos de sus enemigos. Lo vio muchas veces convertirse en pantera negra para devorar a guerreros vencidos y alimentarse de la fuerza de sus espíritus tibios que ardieron en batalla. Lo vio muchas veces retornar a su apariencia deforme de viejo enclenque, gritando con las fauces abiertas, mientras la sangre del vencido lo bañaba en una salvaje euforia.

Abireri era poderoso, pero no siempre tenía la energía suficiente cuando se extendía en los límites de su poder. Cuando los conjuros a los demonios no le resultaban a Abireri, el brujo recurría a Katane. El muchacho le servía para escabullirse en las aldeas y conseguirle alguna mujer al maestro.  Katane ni siquiera era un aprendiz. Era lo suficiente audaz para darse cuenta de que no era parte de los planes de Abireri.  Le era imposible revelarse ante él y por eso planeó con cuidado escaparse del dominio de Abireri. Una noche de luna llena, Katane se aventuró a salir del lecho donde dormía. Caminó entre la maleza, zigzagueando en la selva para evitar que el brujo siguiera su rastro. Hasta que él mismo se desubicó entre el oscuro verdor de su entorno. No le quedaba más que seguir el sonido de las aguas de un río y lo encontró. A pesar de que la corriente era fuerte, Katane estaba decidido a cruzarlo. Prefería intentarlo que vivir bajo el yugo de Abireri. Pero no fue la bravura del río que detuvo su camino hacia la otra orilla. Estaba en las aguas, esforzándose, alargando sus brazadas para lograr su libertad. Estaba exhausto pero emocionado. De pronto sintió que sus piernas no le respondían. Se sintió atrapado. Luego esa sensación le llegó a los brazos. Sin voluntad de sus movimientos pensó que encontraría la muerte en esa turbiedad de aquel afluente del Amazonas. Se vio arrastrado de vuelta hacia la misma orilla. Se vio envuelto en una anaconda. Se extrañó estar vivo. Más extraño le pareció que la bestia le apretujaba el vientre para sacarle el agua que había tragado.  En tanto se recobraba, Katane vio cómo la anaconda se transformaba en Abireri. Al estar tan cerca de la muerte, el muchacho prometió a su amo que jamás lo abandonaría. (continuará)


1 comentario:

  1. Creencias y realidades de NUESTROS pueblos, me envolvi en su zigzageo por la selva.

    ResponderBorrar

Muchas gracias por leer y comentar.

Con tecnología de Blogger.