HUACHIPA
Temprano por la mañana, en
Domingo, desayunábamos y veíamos el noticiero. Había un especial del parque
zoológico de Huachipa. Un tigre blanco capturó mi atención. A mi hijo le
impresionó el lobo de mar: su agilidad para nadar y su destreza al saltar. No demoramos
en tomar una decisión. Mi esposa llamó por teléfono a su mamá para que nos
esperara cambiada. Iríamos al zoológico. Mi cuñada, que también escuchó
la conversación, se animó a acompañarnos.
Durante el trayecto al parque, le
permitimos a mi hijo jugar videojuegos; pero al estacionar el auto guardamos
su tableta para después del paseo. Pensé
que mi hijo reclamaría, pero estaba emocionado. Sería una de las pocas veces
que diría al final de la tarde que no estaba aburrido para exigir una pantalla.
Entramos al zoológico por una
zona donde había nutrias marinas y nutrias de río. Los grandes vidrios nos
permitían una visión total.
– - Papá, en la leyenda no dice que son lobos de
mar.
– - No lo son hijo. Se parecen, pero ya los encontraremos.
Mi hijo estaba obsesionado por el
lobo de mar que vio en la televisión. Yo quería ver al tigre blanco. La
abuelita de mi hijo adoraba ver a su nieto con tanta excitación.
No tardamos mucho en encontrar al
lobo marino. Mucha gente estaba por ahí. Tres ventanales permitían observarlo.
Se movía con rapidez y no siempre lo podíamos ver por la turbidez del agua,
salvo cuando buceaba muy cerca de los vidrios. Era un submarino sigiloso. Un
submarino llamado Titán.
– - ¡Mira ahí está! ¡Lo viste abuelita!... ¡Lo vieron!...
¡Lo vieron!...
Otros niños también se movían
entre las tres ventanas para seguir el rastro del lobo. La gente se iba
renovando, moviéndose por otros lugares. Mi familia seguía prendada en ese
lugar. La tía y la abuela de mi hijo, amantes ellas de los animales, llamaban a
Titán con mucho cariño, como si fuera su mascota. No sé si el lobo sintió el
afecto o simplemente se cansó de tanto movimiento. Se detuvo frente al vidrio
donde estaban ellas y sacó la cabeza sobre la superficie para recuperar aliento.
Ellas hacían el ademán de acariciarlo tras el vidrio. Nuestras fotos no
tardaron en llegar. Mi hijo no podía creerlo. Luego el lobo marino desapareció
y ya no lo vimos más. Era tiempo de moverse.
La visita al parque ya había
valido la pena para mí. No obstante, no esperaba que al subir una rampa
encontraríamos al adiestrador de lobos marinos. No nos dimos cuenta en un
primer momento, hasta que vimos saltar a Titán para coger un pescado que el
adiestrador le daba. En esta zona el espacio era libre. Una baranda detenía a
los niños para evitar que cayeran al agua. El lobo se movía dentro de un canal
de agua y se deslizaba en una especie de plataforma rocosa. Era enorme, quizá
dos metros de largo, quizá doscientos kilogramos de peso. Pero saltaba ágil
para coger los pescados en el aire. Caía pesado, salpicando el agua.
– - ¡Mi brazo! ¡Wow! ¡Viste mamá! -gritaba mi hijo
emocionado mientras yo filmaba todo en el celular.
– - ¿Qué pasó hijito? –dijo su mamá.
– - Titán me ha mojado. ¿Acaso no lo viste?
El espacio se llenó de gente ante
tantos gritos de la multitud de niños. Me tocó cargar a mi hijo sobre mis
hombros. Ahora, era su madre quien filmaba en su celular. Sonreía mientras mi
niño movía los brazos en su afán de mojarse con el agua que el lobo le
brindaba.
Herberth Iván
Roller Rivera
Linda inocente mirada a la grandiosa creacion de la vida animal.
ResponderBorrarQue precioso historia! Saber que los animales y humanos pueden conectarse sin tener el mismo tipo de comunicación y todavía sentir los mismos sentimientos. De verdad te hace pensar de una perspectiva diferente.
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