AEROPUERTO

 


Los comunistas recibieron órdenes de congregarse en el ovalo Milenario del puerto, a solo dos kilómetros del aeropuerto internacional de la capital de Barataria. Llevaban varios días lanzando bombas molotov en espacios pùblicos intrascendentes. El presidente sucesor de Sancho Panza, que al fin de cuentas era del mismo partido político, no daba órdenes precisas para restablecer el orden y eso animó a la turba terrorista a seguir avanzando.

La madrugada aún no despertaba. Había más de cien congregados que en cola recibían su pago para marchar. Quizá ya eran doscientos cuando llegó el grupo de cabecillas. Se empezaron a escuchar gritos: ¡Ahora sí guerra civil! ¡Hay que quemarlo todo para refundar la nueva República! Embebieron en gasolina algunas banderas de Barataria para luego flamearlas. Entre la niebla húmeda, el fuego atraía como polillas a más terroristas. Serían en ese momento unos trescientos.

La policía ya se encontraba cerca al aeropuerto para repeler a la turba incendiaria. Ellos tenían órdenes de no disparar y estaban prohibidos de avanzar. Nadie contó con la gente del puerto, del verdadero pueblo que vivía a los alrededores del aeropuerto. Trabajaban en la misma zona y no estaban dispuestos a morirse de hambre si en caso los comunistas atacaban sus puestos de trabajo o quemaban sus viviendas. Los comunistas ignoraban que justo coincidieron con los cambios de turno de los estibadores. No esperaban que los guapos del barrio les salieran al frente.

Fueron siete contra quinientos, los bravos que hicieron respetar al barrio.  Se lo dijeron en directo a los marchantes, pero no sabían que los comunistas no buscan diálogo. Su estrategia de terror se inició con una bomba molotov. No estaba claro si a los terroristas les falló la puntería o solo querían darles una advertencia a los del puerto, tal cual lo hicieron en otras localidades. ¡Lárguense antes que se conviertan en antorchas humanas! - Dijeron los comunistas. Los siete bravos tampoco eran tontos para quedarse inmóviles. Se abrieron, por supuesto, se dispersaron para luego silbar y dar aviso al barrio: ¡Se nos vienen los bolivianos! ¡Estos con#$%&& no saben dònde se han metido!

No pasaron ni cinco minutos y los siete del puerto se multiplicaron en setenta. Menos en número, pero más bravos que la turba terrorista que quizá ya sumaba un millar. El estruendo de los insultos fue suficiente para que todos aquellos que recibieron su pago empezaran la retirada. Los cabecillas del terror intentaron detenerlos con disparos al aire. Ganas tuvieron de acribillarlos a todos en ese momento, aunque recapacitaron porque se encontrarían entre dos fuegos. Los marchantes ya no eran más que doscientos.  

Un robusto chato se sacó el poncho y el sombrero. Bajo su disfraz de comunero se distinguía a un comando con una bandera bordada en el brazo que no era la de Barataria.  ¡Se los dije! – gritó uno de los bravos del barrio– !son extranjeros!  Los silbidos llamaban a más gente. ¡Uno contra uno, sin armas! -dijo el chato avalentonado apuntando a uno de los siete primeros. Y al instante empezó el reto. El chato robusto haciendo gala de movimientos disciplinado de artes marciales. El guapo matándose de risa. El chato enfurecido con el cuello escondido para embestirlo. El guapo lo baila. El chato se agacha para levantarlo en peso. El guapo le encaja su rodilla en el rostro. El chato se para aturdido y antes que arme bien su guardia, con dos puñetes rebota sobre el asfalto.

La hora de almuerzo llegó. La niebla del puerto ya estaba despejada. Los valientes recién despertaban. Con sus cuchillos trozaban el pescado para los ceviches que pronto comerían. Una media sonrisa no encajaba en sus rostros bravos. Una televisión encendida como si nada hubiera pasado.

 

 


1 comentario:

  1. Valientes aquellos que defienden lo que les pertenece de sujetos ,que las pruebas demuestran , actos condenables de terrorismo. UHRAY!!!!!!

    ResponderBorrar

Muchas gracias por leer y comentar.

Con tecnología de Blogger.