IMBATIBLE
Nos quedaban dos
días para volver a Lima después de todas las visitas a eternos amigos en el
viejo continente, deslumbrados por tanta belleza y cultura, cansados por largas
caminatas. Volvimos a Madrid, en tren
rápido, y llegamos a la Estación de Príncipe Pío. Ya era tiempo de reducir la
velocidad y las distancias. Era el momento de ahorrar en todo lo mundano para gastar
los últimos euros en las compras finales del viaje. Dejamos a nuestro pequeño
hijo en Lima, en casa, pero teníamos que recompensarlo. Estábamos muy cerca al
centro de Madrid y el hospedaje también nos quedaba a menos de dos kilómetros. Caminamos
despacio. Llegamos a la calle Pizarro, al Hotel Life. Eran las diez de la
mañana y nos tocaba ingresar a las tres de la tarde. Nos registramos y dejamos
nuestras maletas en la bodega del hotel. El personal fue amable y nos permitió
quedarnos en el vestíbulo. Vaya lugar tan acogedor. Nos llevó a pensar que no estábamos en una gran urbe sino en algún pueblo rural. Dos fogones, cubiertos
con cristales, nos brindaban un plácido calor en ese día de invierno. El mueble
mullido nos hizo sentir en casa. Mi esposa llamó a nuestro hijo. ¿Mamá, cuándo
van a regresar? Primero dime qué quieres que te compremos. Yo quiero que vuelvas
de una vez, te extraño. Ya pronto mi amor. La conversación terminó porque según
su abuela, él regresó a seguir jugando en su computadora. Mi hijo no quiso hablar
conmigo en ese momento y entendí su resentimiento. Yo estaba tan cansado que me
dormí por más de dos horas. Mi esposa me despertó para ir a caminar y visitar
tiendas. Ella ya lo tenía todo mapeado.
Salimos del hotel
y al voltear la esquina estábamos en la Calle de la Luna. Era una calle
empedrada y angosta. Era una calle muy comercial. De pronto llamó nuestra
atención una librería exclusiva de historietas: Atom Comics. No hay librerías
así en Lima que yo sepa. No estaba alucinando. Ya teníamos el regalo perfecto
para nuestro hijo. Entramos. La variedad de historietas era increíble. Yo tuve
el impulso de comprarme unas para mí. Un
cliente, calculé que era de mi edad, tenía unos comics en su bolsa. Había
terminado de pagar, pero mantenía una amena conversación con el único vendedor
en ese momento, un muchacho de barba. Ambos sabían mucho de ese mundillo. Yo no
pude dejar de escucharlos. Maravillado. Mi esposa me dio tregua, porque ya
sabía que en breve tenía que comerme horas en tiendas de ropa. Hasta que la
conversación terminó. El tipo salía contento con su bolsa en mano. No puede evitarlo
y le hablé. Vaya, ya me dio vergüenza entrar aquí. Sí que sabes mucho de
comics. Le gustó mi comentario porque extendió su sonrisa. No tío, el que sabe
de comics es ese chaval de barba que está ahí, por lo que estás en buenas
manos. Ahí nomás se marchó. ¿Entonces hemos llegado al lugar correcto?, le dijo
mi esposa al vendedor. Confesé al vendedor que me sorprendió la conversación
previa. Sí que sabes. No que va, hay que
atender bien al cliente y lo que no sé me lo invento. Nos reímos. Le pedimos
una sugerencia de compra para un niño de diez años. Al instante me recomendó el
Imbatible de Pascal Jousselin. Le va a encantar a tu crío. Eso tengo que
preguntárselo a él, le dijo mi esposa. Yo le tomé una foto a la portada. Nos
fuimos, prometiendo regresar por la tarde.
Después de un
rápido almuerzo nos movíamos de tienda en tienda por la Gran Vía. Mi esposa era
quien buscaba las ofertas. Para no aburrirme, escribí en Google: imbatible
pascal jouseelin. El Imbatible resulto
ser un superhéroe. Sus poderes rompían la lógica, la secuencia de las viñetas,
los tiempos. Eso fue lo que me cautivó y supuse que le gustaría a mi hijo.
Insistí en llamarlo otra vez, pero jugaba en la calle con sus amiguitos. Regresé entretenido a mis indagaciones. Busqué
imágenes y encontré una página. En la primera viñeta una anciana le pedía ayuda
al Imbatible para que bajara a su gato de un árbol. Así pasaron unas cuantas
viñetas y el Imbatible prometió ayudarla, sin necesidad de trepar. Luego, en
dos viñetas contiguas, pero no en secuencia lógica; sino una debajo de la otra,
el Imbatible se agachó en la viñeta de arriba para coger entre sus manos al
gato dibujado en la viñeta inferior, el cual se mantenía en la copa del árbol. Eso me
divirtió, así que busqué y encontré, con dificultad, algunas historietas más en
internet del Imbatible. Se rompía la lógica de las perspectivas, se regresaba
al futuro, se llegaba a un lugar lejano con solo saltar a otra viñeta. A eso de
las seis de la tarde ya oscurecía, y regresamos al hotel por la misma ruta. La
librería Atom Comics ya estaba cerrada. Mi esposa arreglaba las maletas. Faltaba poco para llenarlas, el espacio
perfecto para unos libros. No pudimos comunicarnos con nuestro hijo en el
hotel, porque era de madrugada en Lima. Al día siguiente nos levantamos tarde,
sin la aprobación de nuestro niño, pero decididos a comprarle el comic
recomendado.
En la librería ya no estaba el muchacho que
nos atendió el día anterior. Una joven vendedora, con dos mechones pintados de rosado, nos saludó al entrar. Me pareció de inmediato un dibujo de estilo japonés. Se
lo comentó mi esposa. Yo le dije que debería ser artista. Ella nos dijo que
estaba trabajando en un comic desde hace dos años. Le dijimos que veníamos a
buscar el Imbatible. No hizo falta que me nos diera direcciones, pues sabíamos
bien de dónde lo sacó su compañero el día anterior. Ahí nos dimos cuenta que
eran 3 tomos. Qué alucinante, dije. Se reprodujeron de un día para otro, dijo
mi esposa. Sí, fuera de lógica, dijo la vendedora. Con ese comentario final
supe que ella también sabía de la trama del Imbatible. Sacamos los tres
ejemplares del escaparate. Los pagamos.
Nos quedamos viendo algunos otros títulos de los escaparates. Felicité a
la vendedora porque su comic ya publicado había sido todo un éxito. ¿Cómo, eso
es imposible si aún no lo he terminado?
Pero si yo vine el año pasado aquí y compré el Imbatible y te
solicitamos que dibujaras algo en la contra carátula para mi hijo. Ella cayó en
cuenta que estábamos en una conversación incomprensible al estilo del Imbatible.
Me siguió el juego. Al despedirnos, la vendedora nos dijo que nos veía en dos
años. Así será, pero para una nueva publicación tuya. Vale.
Cuando llegamos a
Lima, lo primero que sacamos de las maletas fueron los tres tomos del Imbatible
y se los dimos a nuestro hijo. Repartimos algunos chocolates y conversábamos
entre adultos sobre algunos detalles culturales del viaje. ¿Papá, quién dibujó
y escribió también mi nombre en uno de mis libros? ¿Cómo?, dije yo. Me acerqué a ver. Era un auto retrato
en animé de la joven artista que nos atendió en la librería. ¿Me creerías que sí
sé, pero no sé cómo está ahí? Mejor explícate papá. No tiene mucha lógica lo
que te voy a decir, así que mejor lee. Será mejor que no te inventes nada.
Claro que no. Yo volví con los adultos. Él continuaba sentado en el sofá. Avanzaba
las páginas. ¿Cómo? ¿Qué?, dijo en voz alta.
Herberth Iván Roller Rivera
No hay comentarios.
Muchas gracias por leer y comentar.