DOS POR UNO


Iniciada la vacunación para los adultos mayores, las colas se hicieron interminables. El tiempo extenso desorientaba a los ancianos y a sus hijos, los acompañantes. Reclamaban por una mejor atención.

Pasada una hora  llamaron al primer paciente. Era un anciano, a quien lo llevaba del brazo su hija. Ella solo vio la jeringa precargada. El técnico sacó un par de gotas por el orificio de la aguja para quitar el aire antes del pinchazo. Listo. Muchas gracias.

El segundo paciente fue otro anciano. El técnico mostró al acompañante del paciente como introducía la aguja en el jebe de la ampolleta. Luego inyectó la vacuna en el brazo del anciano.

La distancia social impedía a Camilo, que acompañaba a su anciana madre, ingresar al centro de vacunación.  Estaba ansioso al final de la cola. Pero se acercaba a la puerta de salida para interrogar. ¿Ya lo vacunaron? Todas las respuestas fueron afirmativas a esa primera pregunta. Pero nadie pudo responder con precisión si vieron que la jeringa solo tenía aire, o placebo, o si el líquido provenía de una ampolleta sellada de vacuna para la COVID-19.

La suspicacia se apoderaba de la gente en la fila de vacunación. Camilo dijo que vio en un noticiero de Brasil que no a todos los ancianos los estaban vacunando de verdad.  Alguien dijo que la ética en el sector salud estaba desprestigiada.

El siguiente paciente salió con su madre vacunada, y mostró el video a Camilo. La espalda del técnico bloqueó la pantalla en un momento crucial.  Casi al final del video se podía observar que dos jeringas estaban sobre la bandeja de vacunación. No se podía saber.

Se armó un embrollo. La seguridad del centro de vacunación no dejaba filmar a los familiares. Los acompañantes exigían ver el código de las vacunas. El proceso de vacunación se suspendió en el paciente número 51.

Al regresar a casa, Camilo encendió su PC. Buscó vacunas para la COVID-19 en internet y aparecieron avisos de reciente publicación, todos con el mismo texto, pero ofertados en diversas plataformas. Sólo contamos con 25 vacunas, decían los avisos. El precio le resultaba impagable.

Camilo rápidamente concluyó que la velocidad para vender vacunas era instantánea comparada con el proceso de vacunación. Estaba seguro que de los 50 pacientes vacunados la mitad fue timada, una salvajada más que le elevó la presión.

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