SIN RETORNO

 

La llamada de su sobrino, desde Perú, conmovió a Miguel. El muchacho terminó sus estudios un año atrás y la pandemia lo mantenía desempleado. Miguel no supo qué responderle. No quiso quedarse en casa. Sentía asfixiarse. Así que sacó su camioneta y se dirigió a Miami Beach con la intención de caminar a orillas del mar.

Miguel tuvo que migrar a la misma edad que su sobrino por las mismas razones. Su travesía de ilegal lo mandó a Ecuador, a Cuba, a Panamá. La ruta errante, el miedo a quedarse sin destino, el empuje a no dar marcha atrás. Los vaivenes de las olas del mar. La inmensa travesía del transporte terrestre desde Yucatán a Tijuana. La inesperada experiencia de caminar dentro de tuberías de regadío, con esa sensación de ahogarse en la oscuridad. Hasta que llegó a San Diego, famélico, con 15 kilos menos, pero sobrevivió.

Lo recordó todo, como si la brisa marina trajera de vuelta aquella aventura. Sentía el pecho adolorido, aunque al fin de cuentas había logrado mucho más de lo que se hubiese imaginado. Sí. Se dijo a sí mismo que tomó la mejor decisión. Alzó el pecho apenas por un momento. No quería eso para su sobrino. No lo quiso para sí mismo. Siguió caminando por la arena húmeda, ahogándose en su recuerdo, repitiéndose que optó por la única opción razonable, mientras que la brisa marina le trajo de vuelta el abrazo imaginario de sus seres queridos que dejó.

 

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