SIMPATICÓN
Braulio siempre
ingresaba a clases virtuales antes de la hora oficial. Y en una de las clases de
final del semestre, el profesor — como de costumbre— saludó a los pocos alumnos
presentes y solicitó que enciendan sus cámaras. Recién ahí se percató que
Braulio no se había conectado. Braulio también era el primero en encender su
cámara.
Cinco minutos
después, la mayoría de los alumnos ya estaba en clases. El profesor consideró
que era momento de pasar asistencia. Así que la lista empezó con la primera
alumna según el orden alfabético. No veo tu cámara. Profe en un ratito la prendo. En un ratito
después te marco la asistencia. No pe profe. No te preocupes que en el repaso,
si es que te veo, te pongo la asistencia.
El profesor continuaba
llamando a los alumnos cuando de pronto saltó en su pantalla una ventana. Era una solicitud de aceptación de un
invitado que no llevaba el nombre de ninguno de sus alumnos. El invitado tenía
el apelativo de SIMPATICÓN, con mayúsculas. El profesor empezó a reír, sabía
que era Braulio, entendió porqué había tardado en ingresar. Se imaginó a
Braulio en desesperación tratando de poner su nombre en vez del apodo, producto
de la broma de algún compañero. El profesor aceptó la invitación de SIMPATICÓN y
las miradas curiosas encendieron los monitores. El tiempo fue breve pero extensas
fueron las sonrisas. Súbito el recuerdo de las clases universitarias del
profesor cuando Toto, un compañero de clases escribía
PASHA —un apelativo similar para otro amigo— al borde de las pizarras de clases
presenciales.
Quien continuaba
en la lista era Braulio. El profesor no mencionó su nombre sino el apodo. Hoy
estás con la moral alta —dijo el profesor a Braulio. No profe, fue una amiga… La
clase continuó y la anécdota permaneció en la mente de profesor. Sabía que
recordaría a Braulio sea o no que aprobara la asignatura. Lo recordaría por su responsabilidad, por
estar presente en clases, por su valentía. Sí, lo recordaría por siempre.
COMO EL TITULO, UNA HISTORIA SIMPATICONA.
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