EL MURO
En el 2022 se
reabrieron las puertas para el ingreso al campus de la universidad. Sería un
ciclo híbrido, pero permitía que algunos días se puedan tomar clases
presenciales. Ese lunes, desde temprano, el tráfico se intensificó. Los
muchachos hacían cola para atravesar la reja de entrada de la universidad.
Llegaban temprano, con tiempo holgado
para reconocer los cambios en la infraestructura, con tiempo necesario para
reencontrarse con los amigos. El
desierto de los pasadizos ya lucía poblado. A inicio del camino, hacia más
pabellones, estaba el nuevo muro. No era
un muro divisorio como el de China o como el que hubo en Berlín. Un muro ni
alto ni extenso. Más que un muro era una pizarra en un aula de paredes inexistentes.
Invitaba a escribir las impresiones de la vuelta al campus.
Por unos
minutos se mantuvo limpio. El reto era demasiado para los alumnos. Nadie se
atrevía a escribir a pesar que lo tenían al lado. Hasta que una alumna,
pequeñita, que acababa de pasar por ahí, ni siquiera lo pensó. Decidida tomó una
tiza y escribió: Soy cachimba y decidí dejar huella. Luego escribió una carita
feliz. Y tras arrojar la primera tiza, llovieron los escritos. Sandra estuvo
aquí. Yo también. Quiero a mi mamá.
Extrañaba a mis amigos. ¿Dónde estarán mis profes? ¡ Oye, no seas sobón!
Después de los
escritos vinieron las fotos. La comunidad universitaria se volvía a
instaurar. A los pocos días el muro
temporal no estaba más. Los alumnos aplicados ni cuenta se dieron. Los
relajados lo extrañaban, aún más después de sus primeras evaluaciones que
resultaron terribles. No tenían ninguno muro disponible para desparramar sus
lamentos.
EL muro del valor, que grandiosa idea en donde se puedan expresar con liibertad, tomados del respeto y tolerancia por los demás .
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