RAÍCES
Cuando Mino terminó de leer el Barón Rampante de Calvino se quedó con la sensación de que faltaban árboles en Latinoamérica. En definitiva, no eran suficiente como para cobijar tantos desterrados por más extensa que fuese la Amazonía. Incluso su familia, años atrás, tuvo que emigrar por culpa del terrorismo de Sendero Luminoso. Eso sucedió antes que él naciera, pero se lo contó su padre muchas veces. Eso mismo, Mino lo veía con sus propios ojos entre tantas presentaciones en países vecinos, donde muchos venezolanos deambulaban por doquier por culpa del comunismo llanero.
A Mino le encantó el protagonista del Barón
Rampante: Cósimo Piovasco de Rondó. A diferencia de Cósimo, Mino no subió a los
árboles por voluntad propia para sentir su libertad, pero por voluntad propia era un árbol sin raíces. A
semejanza de Cósimo, Mino tuvo un serio altercado con su padre, y se dejó
llevar por el viento. Por más que Mino sabía que su familia tuvo que empezar de
nuevo al retornar a Huancayo, nadie pudo convencerlo para que se quedara. Dejó su
carrera de economía y se marchó de casa con su guitarra en mano. Mino no llegó
a ser un cantante exitoso durante esos cinco años que llevaba entre pueblos
andinos. Esa vida sin domicilio conocido era lo que lo aproximaba a Cósimo. Así
era feliz, viviendo a su antojo en su soledad sin rumbo. Pero la pandemia del COVID-19 le cortó el vuelo.
Sin más eventos, no más caminos polvorientos. El orgullo de Mino no le permitía pedir
auxilio. No quería regresar a casa con las alas rotas y escuchar el sermón de
su padre. Hasta que sus súplicas al cielo fueron oídas por su madre. Ella le
escribió un correo electrónico sin motivos aparentes. Le pedía que volviera a
casa. Hablaron por teléfono. Ella le dijo que su padre estaba dispuesto a
comprarle un pasaje de avión para el retorno al Perú, y también le conseguiría
un automóvil para que lo recogiera del aeropuerto Jorge Chávez y lo llevase
directo a Huancayo. Mino escuchaba a su madre y no solo se sentía un ave
herida, sino que el ofrecimiento de su padre lo llevaría a ser un pájaro
cautivo. No tenía más alternativas. Su
orgullo le impedía aceptar el ofrecimiento. Su madre no tuvo reparos para suplicarle.
Hijo, ya no me queda mucho tiempo de vida. Hazlo por mí y ven a cantarme en mis
últimos días. Está bien mamá iré tan pronto pueda.
Mino retornó a casa, pero a su manera. Cómo le hubiese encantado estar en Ombrosa y
dormir en el follaje de un árbol como Cósimo.
Si, faltaban árboles en Latinoamérica. Disfrutaba de todas formas de sus
últimos días en plena libertad. Hasta que llegó a Huancayo después de una
semana. Fue su madre quien lo recibió entre llantos ni bien bajó del ómnibus.
Ahí mismo se enteró que ella estaba bien de salud. Lo siento hijo, pero si te
decía la verdad, capaz no venías, y la verdad es que a tu papá le han pronosticado unos meses de vida. Así que ya es tiempo que hagan las paces.
Mino apaciguó de golpe su orgullo y se quedó helado bajo la sombra, donde ni el
calor de su madre fue capaz de cobijarlo.
Mino no tardó en reconciliarse con su padre. Se
pusieron a conversar de la situación económica y política del país. Sus
pensamientos coincidían en sus apreciaciones de los políticos. Los líderes tan
solo buscaban su provecho al llegar al poder. Sus redes criminales con primos,
sobrinos o compadres terminan por
llevarse el dinero del tesoro público a cuentas clandestinas de paraísos
fiscales. Eso lo sabía muy bien Mino,
que había estado en tantos países vecinos. Los peores gobiernos eran los
comunistas que se enriquecían bajo el falso discurso de alimentar al buen pueblo,
cuando ellos eran los únicos que se alimentaban bien. El muchacho estaba a
gusto por la coincidencias con su padre, y por su propia sapiencia a pesar que
dejó los estudios. Además, le dieron ganas de retomarlos y se contactó con sus excompañeros
de la universidad.
Estaba decepcionado. Mino recordaba que siempre
argumentó que hasta la peor democracia era superior a cualquier dictadura, sea
ésta de derecha o de izquierda. Había
visto como el comunismo se expandía como mala hierba por toda la región y quizá
por ello se envenenaban las raíces de los árboles para dejar yermos los Andes.
Buscaban reformar constituciones con el único propósito de colocar al Estado
sobre el individuo y así cortar libertades. Pronto llegaron las reuniones con
sus amigos y retomaron sus discertaciones de la realidad nacional. Volvieron a
aparecer los argumentos de las caídas del PBI y su correlación con los índices
de corrupción. Recordó el artículo que escribió su profesor de econometría
sobre ese fenómeno. Su agudeza para entender la sociedad era intensa y
detestaba cómo algunos de sus amigos no se daban cuenta de lo que pasaba en el
país. Basta ya del dominio español y del imperialismo. Hay que destruir a la
iglesia pues la religión engaña al pueblo. Refundemos el país y hagámoslo
grande como el imperio incaico. Esos eran solo algunos comentarios durante
renovadas discusiones y Mino detestaba esos enunciados. Le parecía peligrosa la idea
comunista de que se tenía que refundar el país y restablecer el imperio Inca.
Acaso no sabían sus amigos que su pueblo originario fue Huanca y que los Incas
no pudieron doblegarlos. Entonces, qué querían sus amigos, que volviera un
gobierno autocrático como el incaico para adorar a los nuevos gobernantes como
hijos del sol o que vinieran nuevas matanzas. Estaba cansado de cerciorarse que los
indicadores de pobreza seguían subiendo en el país y que el dinero que le daba
su madre para ir al mercado, para abastecerse de comida, alcanzaba para menos.
Mino entendió
que se debía a su padre. En todo ese periodo de agonía, Mino reconoció que su
padre siempre tuvo razón. Se lo dijo antes de morir. Le prometió que no sería
tan egoísta. Se despidió de Cósimo y entendió que era tiempo de aferrarse a la
tierra, a sus raíces. Se empeñó en evitar
la revisión de la constitución por una asamblea constituyente, cuyo único
propósito subrepticio era instaurar una nueva dictadura. Con ello vendría la
confiscación de los medios y el atropello del poder. Lidiaba con el dolor por
la pérdida de su padre. No sabía bien como honrar su promesa. En un intento quijotesco,
Mino se puso a sembrar plantones. Se demorarían en crecer los árboles. Quizá
pueda escabullirme como Cósimo y desde ahí sentir mi libertad en caso las cosas
no salgan a favor. Podría componer
canciones y entre las copas de los árboles será más fácil que el viento
traslade mi voz. Mantuvo por horas su espíritu soñador. Ni cuenta se daba del
sudor de su frente. Hasta que el lamento
del viento se hizo muy fuerte. Sus ojos se volcaron a la realidad. Echó su
mirada al horizonte. Una horda de pordioseros arrancaba los plantones del suelo.
Hambrientos, masticaban las raíces para procurarse alimento.
COUNSIDO EN QUE SONAR ES BASICO PARA INICIAR EL VUELO,SIN OLVIDAR LLEVAR ENTRE TUS ALAS ENTRELAZADAS, LOS MULTIPLES HILITOS DE TUS RAICES, ASI SEMBRAMOS ARBOLES FUERTES.
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