ALARMA
El profesor escuchó ruido en la calle. Le pareció el sonido
de envases de plástico que se aplastaban. Suponía que ya era Domingo. Entre la
vigilia y el sueño, su mente no procesaba bien. Los recicladores pasan antes de
las nueve de la noche en San Borja, previo al camión de basura; sin embargo, él
mismo bajó la bolsa negra antes de la cena familiar del sábado. Entre la vigilia y el sueño, seguía preocupado
con ese ruido que seguía replicándose como eco en su interior, en sus párpados
aún cerrados. Pensó que era el producto de la desazón al corregir exámenes. Le costaba creer que dos de sus alumnos más
talentosos incurrieron en una falta grave.
El profesor se había levantado tarde el sábado. Después de
hacer las compras de la semana, empezó a corregir exámenes a media mañana. Un receso necesario para ver el partido de
Argentina versus Australia. Fueron tensos los últimos minutos cuando Australia
marcó un gol de rebote y el marcador se puso dos a uno. Se puso nervioso porque
el empate estuvo a punto de llegar y no quería el alargue, pues le faltaba más
de la mitad de los exámenes. Hasta que
el árbitro pitó dando final al partido de fútbol y al segundo tiempo de la corrección
de exámenes. Ya relajado y de buen humor, el profesor se dispuso a abrir un
nuevo cuadernillo.
Muchos estudiantes habían estudiado y así se reflejaban en sus calificaciones. Sin
embargo, se dio cuenta que uno de sus estudiantes sacó una nota excelente, atípica
a su rendimiento previo. Recordó de inmediato que el compañero de a lado no
trajo calculadora y le mencionó al profesor si se la podía prestar. Eso no
estaba permitido y lo sabía. Y ese alumno de a lado era uno de los mejores. Y el
profesor lo vio durante el examen como se prestaba la calculadora. Al final de
cuentas todo se graba durante el examen y ese alumno siempre saca excelente,
pensó el profesor. Pero no se le ocurrió pensar que faltaría a la ética. Así
que de inmediato buscó su cuadernillo de evaluación. Las características de su
examen eran casi por completo idénticas. Luego el
profesor dedujo que un papel con las respuestas las pasó en la calculadora. Así
que se puso de mal humor, más aún porque mil veces repitió en sus clases que el
plagio era una falta grave. No se trataba de un cero temporal o permanente. Las
sanciones serían ejemplares. Acaso no entendían los alumnos que hoy todo se
graba y se crea un archivo de bitácora al cual incluso tienen acceso los
futuros empleadores. Acaso no entendían que una empresa no contrata a nadie que puede ser un peligro potencial. En fin, no quiso pensar más. Separó los dos exámenes. Los
registraría por el momento con ceros temporales. Continuó con el siguiente
examen. Se percató que era de una alumna que también solía sacar buenas notas. No podía creerlo, una hojita amarilla de papel
con adhesivo estaba en las hojas finales de ese cuadernillo. El plagio más
evidente.
El profesor dejó de corregir. Salió al parque frente a su
residencia. Recordó cuando a uno de sus amigos lo expulsaron de la escuela
militar. Estuvo a punto de salir de alférez cuando lo encontraron plagiando.
Recordó lo mucho que sufrió para rehacer su vida porque sus padres no le
pagaron una universidad privada, lo que le costó ingresar a una universidad
pública y lo mucho que batalló para conseguir su primer trabajo. Y ese pasado,
de algún modo, se repetía. No era una opción quedarse callado y dejarlo pasar. El profesor caminaba dándole vueltas al parque.
La nueva generación de líderes de la nación tenía que ser mejor. Estaba harto
de la corrupción, de las criolladas, de la delincuencia que azotaba su país y
el de la región. Se le pasó el tiempo entre
cavilaciones, pero su calentura seguía. Al retornar a casa no quiso continuar
con las correcciones.
Ese sábado en la noche, el profesor no pudo dormir. Su
esposa le mostraba opciones de viaje para las vacaciones y tampoco estaba con
el humor para eso. Ella se acostó molesta y él se puso a escuchar canciones en YouTube.
Recién pasadas las once de la noche se metió a la cama. Rezó muchas veces
porque no podía conciliar el sueño. Hasta que el cansancio hizo lo suyo bajo la oscuridad
de las repercusiones futuras. Y mientras el profesor estaba en el abismo del
sueño ligero, su calle se lamentaba. Un sonido a botellas de plástico aplastadas
apareció desde el extremo más lejano del parque. El profesor, entre la vigilia y el
sueño, apenas pudo percibirlo. Otra vez
ese sonido y la pereza de levantar los párpados. La confusión de que aún era
temprano y pasaba el camión de basura. Una tercera vez y el profesor no pudo
permanecer impávido. Supuso que ya era domingo y se trataba de un robo. Se
levantó. Con acto reflejo abrió la cortina. Un auto negro con lunas polarizadas estaba con
el motor encendido a mitad de la calle. Dos hombres encapuchados empezaron a
aplastar los espejos laterales de una camioneta y los arrancaron. El profesor
no podía permanecer callado. Gritó con todas sus fuerzas: ¡Ladrones! ¡bloqueen
todas las rutas de escape!!Serenazgo en camino! Los ladrones desconcertados.
El profesor no podía permanecer callado a pesar del riesgo a que detectaran de
dónde provenía la alarma. Gritó a los vigilantes del Ministerio de Energía Minería
que estaban apostados en la otra calle del parque. Los silbatos se activaron en
señal de respuesta. Todos los ladrones estaban dentro del auto. Todas las alarmas del
distrito encendidas. El profesor se sintió menos amenazado cuando el auto
negro fugaba acelerado frente a su residencia y con toda la rabia que sentía les
recordó a su madre a esos mal nacidos. Estaba harto de la delincuencia en las
calles. Sonó un disparo al aire. Supuso que era de los ladrones en su huida. Luces
azules intermitentes irrumpieron en el parque. Al poco rato regresó el silencio
y el profesor regresó a su cama sabiendo que hizo lo correcto. No podía dormir
ante el ruido que seguía rumiando en su interior.
Que buena historia !!!👍
ResponderBorrarSer un buen ciudadano,no cambia ni aun en los tiempos donde la corrupción sale en cada segundo. Como maestro,que bien que los valores se antepongan ante todo.
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