PUNTO DE INFLEXIÓN

 

Había terminado el homenaje oficial a las lumbreras que dejaban la universidad. Después vino el almuerzo y la tertulia. El show de danza, conformado por alumnos de la universidad, invitaron a los docentes al baile. Avanzada la tarde, la orquesta se retiró. En los parlantes sonaba la lista de música cargada en Spotify. El baile aún con reticencias de formalidad.

La gente se preparaba para volver a casa, hasta que llegó el punto de inflexión. Ta ra ra ra ra ra. Sonaban los primeros acordes de la Guitarra de los Auténticos Decadentes. Yo me conduje a animar algunos compañeros cercanos a mi mesa. Les solicité un baile grupal antes de la retirada. De pronto, un buen grupo sobre el tablado. La ruptura de la formalidad que avivó la tarde que derivaría en frenesí.

Ahí estaba uno de nuestros colegas, que inesperadamente saltó como felino al centro de la pista de baile, alzando los brazos, saltando, contagiando el entusiasmo. ¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! Vienen los aplausos que lo animaron a lo irracional, a intersecar la asíntota, a palpar el infinito.

Y surgió lo extravagante. Nuestro colega se paró de manos. Muchos nos imaginamos que de hacer lo mismo nos quebramos un hueso. La muchachada sorprendida. Él se mantuvo a dos manos en segundos extendidos. Los danzantes extasiados, abrazados en un gran círculo de hermandad, cuyo radio crecía y decrecía a un ritmo de rebeldía, de juventud atemporal.  

Algunos se fueron a casa, pero el punto de inflexión se había quedado, como quedaba retumbando por dentro el estribillo de la canción: “Quiero tocar la guitarra todo el día y que la gente se enamore de mi voz”.




Herberth Iván Roller, H.I. Roller



Herberth Iván Roller

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