ALAS QUEBRADAS
Cuando ganó el
concurso de canto, la emoción quebró sus piernas y lloró en pleno escenario. No
necesitaba ponerse en pie. Sintió que de
pronto le salieron alas mágicas que le permitirían volar. Se sintió brillar en
el firmamento. Se sintió que iniciaba su
camino de diva.
Lo había dado
todo por el canto. Prefirió no asistir a la universidad. Soportó trabajos
extenuantes y mal pagados por perseguir el estrellato. Y no necesitó buscar más. Tocaron a su puerta varios empresarios, y ella escogió
como manager al que le cantó al oído. Y envuelta en los sueños firmó un
contrato sin entenderlo a cabalidad. Al fin de cuentas, lo mío es cantar —se
dijo para sí misma.
No tardaron en
llegar las presentaciones. Ella viajaba entre la capital y provincias. Valía la pena
no descansar. Sabía que debía aprovechar la fama del momento. Aunque no llegaba
el disco prometido. Espera ya llegará el
tiempo oportuno —le decía su manager. Está bien, pero págame un poco más por mientras —dijo
ella. No puedo, hay muchos gastos y además hay que guardar dinero para producir
el disco.
Tardó unos
meses en darse cuenta. Eres un buitre desgraciado —dijo ella. Su manager pretendía
engatusarla y ella no le creyó más. Me voy, renuncio. No pudo hacerlo en verdad.
Cuando el manager le dio la copia del contrato, se dio cuenta que tenía que
respetarlo.
Fueron meses
de asuntos legales. Ella lloraba, pero no más sobre un escenario sino entre los
brazos de su madre que la consolaba. Las alas quebradas resultaban ser muy
pesadas. El deseo de abandonarlo todo, de darse por vencida. La voz interna que
le decía que no se rinda.
Cuando llegó
la pandemia, una cláusula del contrato la liberó de su opresión. Ella, aún dolida,
expuso la estafa en los medios de comunicación. Calló aún las propuestas indecentes
para una segunda arremetida; sin embargo, le llegó una demanda por difamación. Le tocaba enfrentar una posible deuda
impagable. Otra vez sucumbió al deseo de abandonarlo todo. Otra vez la muerte
rondó a su alrededor, acompañada de un virus letal. Otra vez su voz interna la volvía
a levantar.
Siempre hay que volar y aprender a mirar buen antes de firmar.
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