BULLYNG
A Emily la sacaron de los
pasillos a empujones para meterla en el aula de clases durante el recreo. Estaba en medio de un ruedo de cuatro supuestas
amigas y varios de sus compañeros de clase las circundaban uno o dos pasos atrás. Ella no entendía la razón de ese ensañamiento.
La empujaban como muñeca de trapo. Intentó agarrar los brazos de una de sus
victimarias y le cayeron a golpes. No pudo más y cayó al suelo. Un buen
grupo de muchachos celebraba alrededor y otro grupo permanecía impávido. En
varios celulares se filmaba videos de la paliza. Algunos de los chicos filmaban
sus rostros en acercamiento, con un pulgar en alto. Emily, acurrucada, con las
manos cubriendo su rostro, apenas podía amortiguar las pisadas. La cámara de
seguridad de esa sección lo capturaba todo desde el techo. Los adolescentes lo
sabían. No les importaba nada. Bailaban enloquecidos alrededor de la víctima,
dejándola tomar un respiro para establecer una nueva serie de golpes que no se llevó
a cabo. Alertados por valientes estudiantes, un grupo de profesores salieron a
defender a Emily. Los
muchachos seguían filmando y esta vez atacando a los profesores. Los videos subían acelerados por las redes
sociales. La calma no regresó en la escuela secundaria de Van Den Door.
Se quebró en pedazos el cielo azulado de esa pequeña localidad en Bélgica de
callejones empedrados y techos inclinados. Aquel pueblo que no estaba destinado
a la celebridad tuvo su primer suceso viral. Crecían los likes de manera exponencial en cada segundo. Fueron
varias los usuarios de las redes que bajo disfraces de avatares exigían la
crucifixión. Hasta que llegó el personal de seguridad y restableció el orden.
Antes de la paliza, Emily caminaba distraída, escribiendo por WhatsApp en
su celular, a través de uno de los pasillos empedrados. Conversaba con Gabriel, el muchacho misterioso que vivía
en Moscú y que había conocido por internet tres semanas atrás y que decía que
solo buscaba amistad para serenar su espíritu. Solo se habían visto por fotos. Emily
aún no estaba preparada para una sesión de Zoom. Gabriel le daba su tiempo.
Ella no había comentado nada con ninguna de las chicas de su sección de clases.
Al fin de cuentas, todo era demasiado prematuro. No había manera que le hubiese
quitado el novio a nadie. No entendía el porqué le cayeron encima. Suspendieron a varios de sus compañeros, pero
retornaron una semana después. Ella no quiso retornar más a la escuela por más
que aumentó el personal de seguridad. Sus compañeros de aula no volvieron a
atacar a nadie después de ella; sin embargo, volvieron a aparecer en las redes
sociales dando likes cuando otros escolares, de otra nación distinta, quemaron vivo a un perro callejero que penetró en los linderos de su escuela.
Un reto tácito invitaba a que un nuevo evento sangriento superase al anterior.
Cuando evaluaron los testimonios, los especialistas llegaron a la
conclusión que Emily fue escogida al azar. Aprovecharon su carácter introvertido
para que el grupo saltara a la fama en redes sociales. No podían creerlo, no
sabían cómo los valores se perdieron en medio de una buena educación en un país
de primer mundo. Tampoco pudieron creer
cómo, meses después, Gabriel superó la seguridad adicional que pusieron en la
escuela secundaria de Van Den Door. Tan solo vieron, cuando de un maletín negro,
sacó un par de armas automáticas y soltó una ráfaga. Todo lo filmaba en streaming.
Con anticipación invitó a la audiencia. Una avalancha de reconocimiento
digital aplaudía el horror. Una muchacha herida pedía piedad. Gabriel preguntó a
la audiencia. La audiencia bajó el dedo. ¡Muerte, muerte, muerte! Hasta que
nadie quedó en pie. Recién en ese momento se detuvo la transmisión. Un nuevo
reto invitaba a superar ese nuevo evento. Sin embargo, Gabriel no buscaba el
estrellato. Soltó unos disparos más para destrozar la cámara de seguridad sobre
el techo de la sección de clases y salió del aula, asqueado, fuera de sí. No oyó cuando la policía le exigía que suelte
el arma. Un tiro certero generó un golpe seco sobre el piso empedrado de los
pasillos. Los detalles no salieron en la prensa.
Emily sobrevivió. Las heridas del
alma tardaban en sanar. Cada vez que cerraba los ojos, revivía las imágenes de
sus compañeros riendo y filmando mientras la agredían. Se sentía culpable por lo que hizo Gabriel.
Las actividades cotidianas se volvían en
ocasiones un desafío abrumador. Se mudó con sus padres a otra ciudad. Ellos buscaron
la ayuda de un especialista. Emily se sumergió en sesiones de terapia,
confrontando sus miedos más oscuros y enfrentándose a la devastadora realidad
de cómo el bullying había alterado su vida. En su búsqueda de sanación, Emily
comenzó a escribir para evitar los sollozos. Sus escritos eran al principio crudos
y desgarradores. Después, eran testimonio de fuerza y determinación. Hasta que
un día, se sorprendió a sí misma cuando defendió a un niño de tres abusadores. Fue en este punto que Emily decidió que era
tiempo de acción.
Herberth Iván Roller, H.I. Roller
Un tema al cual,muchos prefieren ser sordos y mudos,pero que crece como la espuma y que es una tarea ardua para erradicar. Es un jalón de orejas para la sociedad.
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