HUAYLAS
Un jueves por la tarde, Ricardo
envió un video a Edmond. El video iba acompañado de
un mensaje de texto. Ricardo lo filmó en un Congreso Internacional de
Matemáticas en la Universidad de Lima, de donde ambos eran egresados. También
ambos estudiaron juntos la etapa escolar en Huancayo. Pero solo Edmond hablaba
quechua; es más, se había criado en una hacienda y habló más quechua que
español en sus primeros años de infancia. Incluso, se considera descendiente de
los Chancas por más que tenía la pinta de europeo.
Mira cómo
han cambiado los tiempos Edmond. Ya son más de 30 años que salimos de la
universidad y hoy el Huaylas sacude corazones internacionales en el mayor
auditorio del campus de nuestra alma mater. Además, se me vino a la
mente cuando el profesor Augusto Tamayo Vargas te exoneró de su curso. Sabes
bien que eso me llena de orgullo. Disfruta y hablamos otro día porque estoy en
una reunión de clausura del evento con unos amigos. Saludos.
Edmond
escuchó la alerta del mensaje al instante, pero estaba manejando camino a casa.
En un semáforo en rojo leyó el texto. Respondió a Ricardo diciéndole que vería
el video después y le mandó un brindis a la distancia. Edmond, aunque había
recorrido el mundo, seguía viviendo en Huancayo, mientras que Ricardo radicaba
en Lima. No había forma que se tomaran una cerveza juntos por la
noche.
Hacía menos
de tres meses que Edmond estuvo en Lima haciendo trámites en la universidad y
reconoció el auditorio cuando hizo correr el video. Aún estaba sentado dentro
del auto, aunque ya estacionado en casa. Calculó más de quinientos asistentes.
Los gritos de guapeos de los danzantes, la música andina, los trajes típicos
coloridos. Los ojos de Edmond se humedecieron. Se disparó el recuerdo del
terrorismo de los ochenta que azotó Huancayo y lo obligó a migrar a la capital
para seguir sus estudios universitarios. Luego en el video se acabó la música,
uno o dos segundos de silencio inesperado y resonó el sonido del zapateo de los
danzantes de Huaylas sobre el tablado. Su sangre indómita aceleró sus latidos.
Venían reminiscencias cuando en sus épocas universitarias salía a pasear en
automóvil con amigos. En pleno corazón de Miraflores subía al máximo el
volumen de los parlantes para que el Huaylas retumbara en la capital. Edmond
había entrado a casa. Se fue directo al bar para prepararse un whisky. Era un
buen momento de soledad que merecía celebrarse. Y por supuesto, al releer el
texto de Ricardo, recordó a su viejo maestro.
Su maestro
era limeño hasta donde Edmond conocía. El profesor era un gran estudioso de la
cultura andina. Sabía el quechua, y similar a Edmond, se sentía digno
descendiente de sus ancestros originarios. Pero su sesgo lo tenía hacia los Incas,
el mayor imperio de Sudamérica. Así que, al iniciarse el semestre, en los
minutos finales de la primera clase, cuando daba cuentas sobre la realidad
nacional, preguntó si alguien hablaba la lengua del imperio. En aquellas épocas,
hasta los más autóctonos de los peruanos sentían vergüenza de hablarlo y eso lo
sabía bien el profesor. Y al parecer nunca nadie levantó la mano y tampoco en
esa ocasión. Así que el profesor siguió hablando, en gloriando al imperio Inca,
rebajando a los otros pueblos nativos a serviles pusilánimes. Tukuy
respetowan, profesor, ichaqa pantashanki. Edmond estaba sentado en primera
fila y fue imposible que el profesor no lo viera ni lo oyera. El profesor le
habló en la lengua autóctona a su alumno y le pidió una explicación. Edmond se
desbordó en quechua defendiendo a los Chancas, al único pueblo que le hizo
frente a la tiranía de los Incas y jamás se doblegó ante ellos. El tiempo de clase
estaba por concluir, pero el diálogo entre ambos continuaba. Profe no se
entiende nada –dijo Ricardo, algo avergonzado. El
profesor concluyó la clase en ese momento. Conversó unos minutos más con
Edmond, y a pesar de sus divergentes puntos de vista le estrechó la mano, emocionado,
muy emocionado. Muchacho tú estás exonerado de mi asignatura con máxima
calificación. No estás obligado a asistir si así lo deseas. Hoy es día de
brindis gracias a ti.
Edmond no faltó a ninguna de sus
clases. Se sentó siempre en primera fila, atendiendo al buen maestro que tuvo
al frente, al que le demostró que se ganaría su nota. Recordó que al final del
semestre el profesor le auguró éxitos en su vida profesional. Le seguían
viniendo a la mente fugaces destellos del pasado gracias al mensaje de Ricardo.
Intentó llamar a su amigo. Sabía de antemano que era en vano y la próxima
cerveza juntos tendría que esperar. Así que alzó su brazo con el vaso en alto:
¡A su salud maestro! Tomó un sorbo de licor, y se puso a danzar solo, mientras
sus recuerdos agrupados zapateaban en su mente.
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