PIGMALEONES

 

 

Fue la crisis política de mediados de noviembre la que repercutió con fuerza en el interior de Rubén. La rabia no le duró mucho. Después de la calma, más bien comprendió que debía mejorar sus calificaciones.  Tenían razón sus maestros cuando le decían que solo con esfuerzo se logran metas inimaginables. Lo había tomado a ligera; al fin de cuentas era un adolescente, un cachimbo que ingresó a la universidad porque eso le exigieron sus padres.

De pronto, sin saber exactamente cómo, dejó sus pijamas y se vistió de jeans y camiseta. No escuchó sus clases virtuales echado en la cama como ya era su rutina. Estaba sentado en su escritorio: realmente prestaba atención. Se animó incluso a participar en una de sus clases cuando el resto de sus compañeros se mantuvo en silencio ante una pregunta del profesor de turno.  Se sintió especial al otorgar una respuesta apropiada. Y sin más, otros alumnos también dieron su opinión. Ese día, Rubén se sintió líder por un instante. Había salido del anonimato y eso le agradó.

Después de cenar, ni siquiera buscó el control remoto del televisor. Regresó directo a su habitación y prendió nuevamente su computador. Abrió una hoja de cálculo y empezó a desarrollar un plan de estudio para el resto de días de esa semana.

Al día siguiente, él mismo notó que otros compañeros de sus distintas clases virtuales, tan ausentes como lo era Rubén, de repente participaban. No se habían puesto de acuerdo; tan solo sucedió.

La semana previa a los exámenes empezaron a juntarse, a apoyarse. Rubén, en un descanso, se paró frente al espejo. Sintió que una coraza de yeso, que lo cubría a cuerpo entero, se cuarteaba en miles de partes. Fue como si se mirase a sí mismo por primera vez. Vio ese brillo especial en su mirada. !No habló!. Tan solo se golpeó el pecho con el puño como si firmase un contrato para sí mismo. Daría lo mejor de sí. Imaginó que junto a sus amigos harían el cambio que a gritos el país requería.