PRINCIPITOS

 


Ese jueves, llegamos con mi niño muy temprano al parque Olave. No había nadie. El programa Llakta recién empezaría en media hora. Así que me puse a jugar con mi crío hasta que un vecinito llegó. Aproveché para recostarme sobre la hierba. Cerré los ojos para respirar y relajarme, tanto así que me quedé dormido.

Cuando desperté, los niños estaban sentados en un círculo sobre el césped.

    — ¿Saben cuál es el reptil más grande? — preguntó el instructor del programa Llakta.

El cocodrilo… El caimán… La serpiente… Se demoró en llegar la anaconda, la boa de los ríos de nuestra selva. Y justo el juego trataba de que un niño pasara entre las piernas de otro. Luego, el siguiente pasaría entra las piernas de los dos primeros y así sucesivamente. A medida que todos los niños pasaran, la anaconda sería más grande.

Verlos era divertido. No hicieron cola por tallas o por edades. Así que cuando pasaba un niño o niña de tres o cuatro años lo hacía sin dificultad y se ponía a la cola de la anaconda. Si pasaba un niño de diez años, el problema era que no podía atravesar por las piernas de un niño pequeño. Prácticamente lo levantaban en peso, y lo ayudaban los niños de adelante para que no perdiera el equilibro. Esos momentos eran de gran conmoción. La colaboración, el respeto, la protección formaban parte del juego. La idea de unirse para formar algo más grande y poderoso era la idea final. Quizá los niños no lo percibían. Al menos no lo vio así mi hijo cuando lo entrevisté al final del día. Él solo se divirtió.

Por asociación de ideas, antes de dormir, recordé al Principito de Antoine de Saint – Exupéry. Esa novela empieza con la interpretación de un dibujo, que los adultos decían que se trataba de un sombrero, mientras que el Principito veía a una boa que devoró a un elefante. Me puse a divagar sobre cuántas otras cosas pudieron imaginar los niños esa tarde en el parque. Al menos, ninguno parecía temeroso al ser tragado por una anaconda. Después, me puse a pensar en la respuesta de mi hijo. Tal vez otros niños, como él, simplemente se divirtieron. Seguía sin dormir y se me vino a la memoria una de las frases de esa buena novela: «lo esencial es invisible a los ojos».  Me quedé dando vueltas alrededor de esa idea. Mi crío estaba en plena formación de sus sentidos. Tal vez no percibía en su intelecto lo que yo entendía como esencial de ese juego. Sin embargo, el subconsciente, que todo lo absorbe, guardaría los valores aprendidos en su interior. Y si acaso no, tenía mucho tiempo para explicarle las cosas que van más allá de lo aparente. Al fin de cuentas, estaba en una edad de divertirse y con eso para mí era suficiente.

2 comentarios:

  1. Excelente! Diversión de la mejor! Energía pura positiva!👍😊

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  2. Los niños son esponjas que absoven todo a su paso y que gotean lo aprendido en el transcurso de sus pasos por la vida.

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Muchas gracias por leer y comentar.

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