ADIESTRAMIENTO

 


Fue en el 2021 cuando me avisaron que vendrían al Parque Olave miembros de clanes de Miraflores y de otros distritos cercanos para fomentar el Soft Combat.  Entendía la idea general del juego porque en alguna película de Hollywood aparecían escenas donde muchachos, con disfraces medievales, se enfrentaban en batallas a campo abierto. No me gustó mucho esa película, tanto así que la trama se escapó de mi memoria. No obstante, recuerdo que nunca me atrajo el Paint Ball, y aquella  vez que asistí a unas conferencias en Bogotá, nuestro anfitrión nos llenó los espacios libres con deportes de aventura y entretenimiento. Esa vez, se disparó mi adrenalina por el Paint Ball; incluso, a pesar que me faltó aire por la altura. No quería prejuzgar y decidí asistir a la demostración de Soft Combat. Además, el evento estaba dirigido principalmente a niños y adolescentes de los alrededores del parque. No podía privar a mi hijo de esa experiencia.

El día de la exhibición, los clanes tardaron unos minutos en juntarse. Mi hijo y el resto de sus amiguitos jugaban en los columpios, montaban bicicleta o corrían dispersos.  Los papás, que estábamos en el parque, observábamos las armas que confeccionaron esos muchachos. Me parecieron espectaculares. Incluso estaban grabadas con diseños, simulando una espada labrada en el fuego de un herrero.  Desde ese momento valoré a ese grupo de muchachos. Se notaba el tiempo de dedicación para crear sus propias armas y eso significaba que había pasión de por medio.

Eran las 5 p.m. Un parlante soltaba melodías de canciones épicas y atrajo a los niños del parque; entre ellos estaba mi «cachorro». Se sentaron en el césped como espectadores.  Algunos de los combatientes calentaban. Blandían sus espadas, lanzaban flechas, simulaban defensas. Se notaba adiestramiento. Era solo un preludio al evento, pero ya los niños reconocían a los buenos guerreros.

Fueron muchas las peleas uno contra uno. Eran varios los que dominaban las armas. Sabían bloquear los ataques con sus escudos. Daban giros. Se elevaban para luego soltar una embestida de espada.   Algunos eran expertos con las hachas.  La hora avanzaba y parecía que las peleas no tendrían un final. El sol amarillo adquiría matices rojizos. El cielo enrojecido se hacía sombrío. Las siluetas oscuras. Los niños miraban asombrados. Yo esta emocionado. Poesía en movimiento, fue lo que pensé. El simbolismo empezaba a reactivar conexiones dentro de mi cabeza. Con pura observación, volvió a recorrer la misma adrenalina del Paint Ball en Bogotá. Tal vez la mejor manera de quemar grasa que me exige el médico, pensé.  Tal vez un nuevo comienzo. La asociación de ideas me trajo a José María Eguren de vuelta; en particular, uno de sus poemas que leí en tercero de secundaria. «Desde la aurora combaten los reyes rojos… Viene la noche y firmes combaten foscos los reyes rojos».

Eran las 7:30  p.m. Ya me tocaba regresar a casa con mi hijo. Al día siguiente tenía clases virtuales en el colegio y tenía que cenar temprano para que se pueda acostar a tiempo. Antes de salir del parque, di una última mirada hacia atrás. Como en el poema de Eguren, las batallas continuaban.


1 comentario:

  1. La vida es una constante batalla, en donde cada uno de nosotros somos guerreros.

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