CONOS
Desde mi ventana, mi hijo le paso la voz a dos
amiguitos que peloteaban en el Parque Minería. Juan y Abel lo saludaron y le
pidieron que bajara rápido. Yo no había terminado todos mis pendientes, pero el
trabajo virtual me permitía avanzar por la noche. No lo dudé y me puse mis
zapatillas de fútbol. Bajamos con unos conos para formar los arcos. Yo pensaba
pelotear un poco. Los niños querían jugar un partido.
Los tres pequeños se enfrentaron a mi equipo
solitario. Sus edades eran: 7, 8 y 9. La mía era más del doble que la suma de
las edades de los tres. No obstante, aún podía correr. Además, para que el
juego sea más parejo, uno de ellos taparía.
Siendo de tan poca edad, no podían llevarme. El
fútbol es un juego de equipo, así que tienen que dar pase a sus compañeros, les
decía. Hicieron caso a mi consejo, y ¡puuummm!: Marcaron su primer gol. Cada
gol significaba cambio de arquero. El partido iba tres a cero. Estamos ganando
por goleada, se decían. No pasa nada, además el juego acaba cuando alguno de
los equipos meta 10 goles. Eso va a ser muy fácil Señor. ¡Cómo que fácil!,
dije, si yo recién estoy calentando.
3 a 1. 3 a 2. 4 a 2. 4 a 3. Siempre iban
adelante ellos y procuraba que sea por un gol de diferencia. Ante el potencial
empate, mi hijo movió un cono de tal manera que el arco de su equipo se redujo a
la mitad. Paré el juego. ¡Eso no vale, no es justo!. Abel me dio la razón y
dijo a sus compañeros que tenían que jugar limpio. Espero que esta vez nadie
achique su arco de nuevo. Seguimos jugando y metí el gol del empate. Estábamos 4
a 4. De pronto, mi arco iba de borde a borde de la línea de meta. No me di
cuenta quién lo hizo. ¡Otra vez!, ¿acaso no quedamos que no debían mover los
conos? No papá, dijiste que nadie achicara su propio arco. Sí señor, añadió
Juan, no dijo nada de agrandar el arco contrario.
Estábamos 9 a 6
a favor de los niños. ¡Ya le
ganamos Señor! Todavía falta un gol, así que puedo ganar. No lo creo papá, además
estás muy gordito y no vas a poder correr. ¡Así que gordito, ya van a ver!
EL equipo de los niños se relajaba. Juan ponía un
cono sobre la cabeza de Abel y también sobre la de mi hijo. Mi hijo hacía lo
mismo. Abel, por el contrario, fue a encararme. Señor su hijo se comporta como
si tuviera 5 años. Creo que debe hablar con él para que aprenda disciplina.
Escuché a Abel y quizá le dije que sigamos jugando. De todas formas, vi la
diferencia de un niño como él, que asiste con regularidad a una academia de fútbol,
versus niños que simplemente juegan. Y aprovechando
las distracciones anoté tres goles seguidos y nos pusimos 9 a 9. El que mete
gol gana.
Recién ahí se preocuparon. Me agarraban para
que no pudiera correr. Yo me escapaba. Mi hijo me abrazaba. Me volvía a desprender.
Buscaba a Abel con la mirada, pero él no me veía. Sabía que le reclamaría. Con
él no era el asunto. No queria perder. Y como era de esperar, los chicos ganaron el
partido.
Después de un breve festejo, Juan y mi hijo se
fueron a correr por el parque. No querían practicar más fútbol. Abel se me
acercó. Señor, no se ponga triste. Seguro que la próxima vez nos gana. Todo
bien Abel. Más bien gracias por dejarme jugar. Y ahora, ¿Qué te parece si practicamos
pases? ¿Por qué no mejor puntería? Sí
eso quieres, vamos.
Abel pateó muchas veces entre los conos. Algunas
veces se le desvió el balón. Juan y mi hijo seguían jugando sin presiones. Yo
me divertía con Abel. Confieso que me hubiese encantado que mi hijo viniera a
exigir su turno de patear, pero eso no sucedió. Algún día pasaría, algún día.
ESO NOS DEMUESTRA QUE QUERER A LOS HIJOS ES COMPARTIR, ASI CRECEN COMO LOS ARBOLES, DUROS DE RAICES Y CON RAMAS A DONDE QUIERAN LLEGAR, NO IMPORTA SI ESTAS SON DIFERENTES A LAS NUESTRAS.
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