CONTACTO A LA DERIVA

 


El teniente Martín Martínez se sacó el uniforme. Con sombrero de pesca y chaleco salvavidas, subió todos los pertrechos a Madero Fiel; entre ellos un cooler, un six pax de cervezas, la caña de pescar y demás. Aceptó el reto de no tener una radio de comunicaciones en la lancha de Don Ramiro, su padre.  De todas formas, tenía su celular y tomaría las precauciones de no alejarse demasiado de la orilla. Le dio un beso a Brigitte. Luego, se encomendó a Dios tal cual se lo inculcó su madre y se persignó tres veces. Encendió el motor fuera de borda.  Don Ramiro, el rey del mar, se quedó con ganas de ir a pescar. El joven marino estaba dispuesto a destronar a su padre.

Martín Martínez bebía su última cerveza cuando la caña se dobló. La primera chita. Un enorme ejemplar de unos 40 centímetros. Envió la foto del pescado por whatsapp, sin algarabías, sin romper su acostumbrada parquedad. De retorno recibió emoticones de Brigitte. No pasó mucho tiempo y otro pescado y otro más. Ups, mi suegris regresó al depa recontra asado.  En frenesí, Martín siguió sacando peces. Le regaló parte de su pesca a un delfín que vio por ahí. Se olvidó de persignarse. ¡Oh sí, oh sí! La soberbia del nuevo rey con un cardumen a bordo. 

El mar entró en un oleaje inusual por la erupción de un volcán submarino. Una ola elevada volteó a su lancha.  El chaleco salvavidas lo mantuvo a flote. El delfín lo ayudo a trepar sobre Madero Fiel.  Las gotas de sangre de Martín provenían de un corte largo en la cabeza que se prolongaba al cuello. Estaba débil y no pudo arrancar el motor.  Tu cu tun… Tu cu tun… tu cu tun... Lo siento mucho —dijo Madero Fiel a Martín Martínez—. Hoy me convertiste en una fosa común y la providencia me liberó de esa carga abominable. Mira, viene de vuelta el olor a muerte y no lo digo por ti. Me refiero a que el cooler está a tu lado con algunos de tus trofeos. ¡Vamos no te duermas y resiste!

El delfín le recordó a Martín que dentro del cooler había hielos. Con esfuerzo destrabó la tapa. Bebió un poco y enfrió la herida de su cabeza, que seguía caliente por más que el sol ya había bajado del horizonte. Gracias amigo delfín y aprovecha mi pesca si aún no estás satisfecho ¡Vamos Martín, más ánimo!

La fortaleza de Martín se fue debilitando por la sangre perdida. Se arrepintió por todos los años de rencor a su madre. Recordó cuando niño y de rodillas le rezaban al Señor. Se reprochó por absorber toda la negatividad de su padre a pesar de que nunca lo dejó desamparado. Se lamentó por no rendirse al amor de Brigitte. Era un marino especialista en comunicaciones; en contraste, era demasiado austero en sus palabras y emociones. Se le caían los ojos de la fatiga. Se puso a rezar.  Pidió a Dios una segunda oportunidad. No recordaba otra oración más allá que el Padre Nuestro y el Ave María. Le vinieron imágenes y sonidos dispersos de las misas en las que de niño se sentaba al centro de mamá y papá. «La sangre de Cristo». «Una palabra tuya bastará para sanar». Una pequeña llama de fe renovada logró llevar su clamor de auxilio a la orilla. No imaginó que su padre llamó a su madre. Ella lo sabía perdido  y angustiada llamaba a todos las amistades que aún mantenía en el Perú. Brigitte llamó a los amigos de su promoción de la Marina. Se activaron las alertas.  El Teniente Martínez seguía a la deriva. Sintió desvanecerse. Percibió una presencia luminosa. Perdió la consciencia. Sintió que flotaba sobre la superficie del mar. Madero Fiel y el Delfín se quedaron espectando.

Ya tienes tu segunda oportunidad Martín.  Esa voz no era ni la de Madero Fiel ni la del delfín. Sí, te escuché.  Ese susurro lo reconfortó.  Al despertar reconoció que estaba dentro de una embarcación de la DICAPI.  Estaba vendado, con un suero en el brazo y camino al Hospital Naval. Pidió hablar a solas con el que lo divisó. El teniente Martín Martínez le dijo a su salvador que todo lo que dijera quedaría solo entre los dos, fuera de su reporte.

Mi teniente. No me va a creer, pero vi una silueta de un hombre sobre su lancha. Me movía los brazos con un cayado en una mano. Le juró que hasta se me cruzó por la mente que era Neptuno, aunque no era un tridente lo que sostenía. Por un momento pensé incluso que llevaba una túnica resplandeciente. Entenderá que eso no me lo creería nadie. ¿Acaso te dirigió también un delfín?  No mi teniente. Informa sólo lo necesario y no comprometas tus ascensos. Entendido mi teniente.

Por tres días el teniente Martín Martínez estuvo al cuidado del hospital Naval. El médico tratante le dijo que posiblemente perdió el 30% del volumen total de sangre durante su breve naufragio. El informe del rescate indicaba que lo hallaron mar adentro, a más de 100 millas marinas de las coordenadas de su última comunicación por celular. Todos le decían que tuvo suerte. Él sabía que fue mucho más de eso.  Sintió la necesidad de restablecer sus contactos. En cada una de esas noches, una energía luminosa le reparaba viejos cables de su red de sentimientos.   

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