VAIVÉN

 


La compañía del circo era pequeña, así que muchos de los artistas cumplían más de una actividad. Ser payaso era el arte de menor jerarquía y quizá por eso Yadira mantenía en secreto su relación con Amadeo, uno más de las narices rojas. Yadira era la joven estrella del trapecio.

Amadeo gozaba de instantánea frescura; incluso a pesar de sus torpezas. A veces pisaba excremento en sus tareas de limpieza. El resto del elenco se carcajeaba. Amadeo pretendía hacer una bola de porquería y lanzársela al primero que reía. Y así, entre otras cosas que sucedían al azar, tenía la facilidad de convertir un incidente vergonzoso en comedia. Pero más allá de esa virtud, tenía sus defectos. Quizá el más marcado era esa mirada de profunda tristeza cuando de pronto lo sacaban de sus momentos de ensimismamiento al amanecer. A esas horas no esperaba a nadie y quien se le paraba en frente no recibía un saludo de buenos días sino las lágrimas sin maquillaje, que luego se acorazaban en una mueca divertida y una carcajada tenebrosa que hasta despertaba a Goliat, el enorme lanzador de cuchillos, para destemplarle la puntería.

Goliat no esperaba el momento para cobrársela cada vez que se levantaba sobresaltado por culpa de Amadeo. Obligado, Amadeo se quedaba quieto mientras Goliat clavaba sus primeras dagas. ¡Dale en plena garganta para que se deje de cojudeces! ­—decía el dueño del circo cada vez que veía esas prácticas—. También, quien se desvelaba era Víctor. Era apuesto y musculoso, y actuaba en el trapecio con Yadira. Víctor llevaba más de dos años enamorado de Yadira. La diferencia entre sus edades le exigió a sí mismo esperar en silencio a que ella se hiciera mujer. Y ella, acababa de cumplir la mayoría de edad.

 

La gira del circo en la selva terminó en Uchiza. La última función oficial fue un domingo. Víctor no pudo pegar el sueño después de esa noche de clausura.  Mientras regresaba a su remolque vio a Yadira deslizarse fuera de los límites del circo. Sintió celos. La siguió. Agazapado vio a Yadira retorcerse en la hierba húmeda con Amadeo. Se guardó el dolor y regresó a su remolque para beberse una botella de ron. Nunca se le cruzó por la mente que ese muchacho flacucho le quitaría a la chica que tanto cuidó.

Un empresario, con fama de narcotraficante, pagó en exceso por una función extraordinaria y privada. El trato se hizo el viernes anterior y solo lo sabía el dueño del circo. Por más que el acuerdo no era de conocimiento de nadie más, el circo se rodeó de excesiva seguridad. Varias camionetas 4x4 cuidaban los alrededores. Sólo asistieron las familias de sus más cercanos colaboradores.  Los niños gozaban ante un desaforado Amadeo que los correteaba sin cesar en el interín de cada nuevo número.  Y para el evento final: el Trapecio, el pago exigía quitar las redes de protección. Y Víctor, aprovechando la oportunidad, a mitad del acto soltó a Yadira, quien cayó de cabeza contra el suelo. Las luces se apagaron de inmediato. Goliat llevaba el cuerpo de Yadira en brazos. Amadeo lo seguía.

 

***

¡Yadira! ¡No me dejes! ¡Dios por favor! ¡Te amo! Lloraba en su aflicción Amadeo... Goliat sospechaba de ese amor oculto. Su fuerza descomunal apenas podía contener al triste payaso. A Yadira la ingresaron a una de las camionetas de seguridad. Víctor y el dueño del circo la acompañaron. ¡Yadira! ¡Yadira! Seguía el llanto de cuanto en cuanto. Seguían también las carcajadas destempladas, desgarradoras, tanto así que no solo afectó a todo el elenco sino a toda la fauna de la selva circundante; incluso hasta el mismo firmamento en esa noche. Si en caso hubo luna, si en caso estrellas, todo el cielo se hizo trizas. Todo rezago de luz se extingió.

Goliat emborrachó a Amadeo y aprovechó para hacer una llamada cuando salió a orinar. Tenía confirmado que Yadira estaba muerta. Al día siguiente, Amadeo tardó en despertar y Goliat se lo llevó al bosque, no tan lejos, hasta donde alcanzara la señal del celular.   Una y otra vez lanzaron cuchillos en innumerables repeticiones a troncos caídos. Después de unas horas, Goliat recibió una llamada. Los amigos le indicaban que el jefe había regresado con un vocero del narcotraficante que pagó la función, sin Yadira y sin Víctor. El vocero dijo que su patrón no iba a permitir que una mala noticia llenara a sus dominios de detectives, por lo cual les exigía mantener silencio y marcharse a la mayor brevedad. Amadeo tenía claro que no se trataba de un accidente. Vio como Víctor no sujetó a Yadira. No comprendía por qué, pues ella lo quería como si fuera su papá. Se explayó con Goliat para desahogarse.  

Perdóname porque no te lo conté Goliat y es que Yadira me pidió que lo mantuviéramos en secreto. Además, todo era tan reciente. Ahora vuelvo a estar solo, peor que solo, sin ganas de reírme. Y fueron mis bromas con lo único que pude conquistar a Yadira. Ya no tengo nada en verdad. Vuelvo a ser el muchacho callejero que escapó un día de casa porque ni mis viejos aguantaban mis torpezas. Tal cual ellos me decían, era un zombie que no lograba del todo despertar. Tuve suerte de que Yadira me encontrara una madrugada. No me dijo mucho ese día. Tan solo se quedó a mi lado. Aunque parezca raro, sentí que su propia soledad me hacía compañía. Yo ni bromas hice aquella vez y no sabes cómo quise volver a verla en otro amanecer. Todas, absolutamente todas las bromas que yo hacía se las dedicada a ella para llamar su atención. Me encantaba verla sonreír.  No sabes cómo ansiaba verla de vuelta a mi lado en un nuevo día. Esa era mi esperanza. Hasta rezaba para que suceda. Y así fue como después de meses apareció de madrugada. Supongo que te habrás dado cuenta de que hace más de un mes que no me agarras de tiro al blanco. ¿Lo entiendes Goliat?...

 

***

Meses después, con una disciplina férrea, Amadeo practicaba a diario el lanzamiento de cuchillos.  Dejó de ser el bromista espontáneo fuera del espectáculo. Se volvió observador. Recorría su mirada entre el público en cada función. Se ofrecía de voluntario para repartir volantes por las calles. Hablaba con la gente local, indagaba. Sus momentos de ensimismamiento volvieron a llenarse de tristeza en cada amanecer.  Solo se acompañaba de unos cuantos cuchillos que disuadían a todos de ponerse al frente.  Su carcajada tenebrosa se hizo más frecuente.


1 comentario:

  1. Una historia dramática y como dice el dicho " EL PAYASO SIEMPRE TIENE Q REIR"

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Muchas gracias por leer y comentar.

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