LIMONADA
Escogí irme de
vacaciones a Miami para visitar a mi hermano y mis sobrinos. Llevaba algunos regalos
para repartir esa Navidad. Luego los
invité a almorzar. No hermana, afuera todo sale caro. Insistí porque eso me
hacía feliz.
Salimos de
casa de mi hermano casi de inmediato. No soportaba el calor. Recién ahí me dijo
que se había comprado un sistema de aire acondicionado en Home Depot, y que le
tocó fallado, y por más que lo arreglaron dejó de funcionar un día antes de mi
llegada. No quería dormir en ese horno, y tampoco era justo que mi hermano
pagara por algo inservible. Así que lo convencí, esa misma tarde, para desmontar
el equipo de aire acondicionado. Le dije que no tuviese vergüenza en reclamar;
además, sería yo quien se quejaría.
Nunca me
imaginé lo que iba acontecer ese domingo. Tampoco entendí bien cuando escuché por
error «Lemon Juice». No sólo corrigieron la falla al momento, sino que reembolsaron
el dinero completo en la tarjeta de crédito de mi hermano. El gringo que nos atendió
nos dijo que nos lleváramos el equipo de vuelta a casa. No lo queremos por más
que funcione, dije masticando las palabras en inglés. «Lemon Juice», volví a
escuchar, sin entenderlo del todo. Era gratis. No pude evitar saltar en el sitio repetidas veces. Salimos
emocionados. Agradecíamos a la providencia. Nos apresuramos para volver a instalar
el aire acondicionado.
Han pasado
tres años de esa Navidad. No puedo evitar servirme una limonada cada año nuevo
para brindar. Claro que ahora aprendí lo que en verdad me dijo el gringo
aquella vez: «Lemon Laws». Esa ley que favorece al cliente ante la calidad defectuosa
terminó siendo un aire energizante como una limonada fresca, que renueva
mi esperanza a pesar de la pandemia.
ME ENCANTO TU RELATO, SENTI LA NECESIDAD DE BRINDAR CON UNA LIMONADA Y BRINDAR POR LOS RECUERDOS QUE NOS HACEN VIBRAR, BRAVO! ELEVASTES MI ESPIRITUALIDAD.
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