FRÍO

 

Quedaron en encontrarse en el mismo café de siempre. Ella llegó primero y ordenó una torta y un té. Él llegó después, con doble barbijo en el rostro.

Ella bajó la mirada. Él volteó hacia la barra e hizo un ademán para que le trajeran un café.

Ella gastaba sus palabras. Él se quitó los anteojos empañados. Oía sin escuchar.  El leve respiro a través de sus barbijos.

Una, dos, tres, cuatro cucharadas de azúcar. No hacía falta más dulce pues sabía que el café seguiría amargo. Ni lo olía ni lo probaba. Seguía su mirada enterrada en el giro hipnótico de la cucharita, en ese recorrido repetido, agonizante.

     — ¿No vas a decir nada? — pregunto ella casi sin esperanza.

Él se quedó callado. Sacó un billete y lo dejó sobre la mesa. Se marchó con sus dos barbijos en el rostro. El café ya estaba muerto, totalmente frío.

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