FIBONACCI


 

Thiago y  Jimmy celebraron la  semana santa del 2020 a toda velocidad. Improvisaban, como les gustaba hacerlo a ritmo de beat box. No vieron la curva en la oscuridad, y su auto dio varios giros, en una espiral a la fatalidad. No llegaron a la fiesta para reunirse con el resto de amigos y terminaron en un clínica. Jimmy quedó tartamudo por una lesión cerebrovascular. Thiago salió mejor parado del accidente, aunque se rompió la tibia y el radio.

Cuando llegó la cuarentena, Jimmy abandonó todas sus terapias. Sentía que de pronto toda la chispa con la que solía vivir se había apagado, quedando enroscado dentro de sí, como los fierros retorcidos en los que se transformó el auto que le regaló su padre. Terminó por exagerar en su distancia social y se aisló.

Fue la mamá de Jimmy que convenció a Thiago para que avisara a sus amigos y se juntaran con su hijo en una reunión virtual. Thiago no estaba tan animado. Por favor, mira que la música lo puede reanimar.

Era viernes por la noche y se conectaron.  Esta reunión está monse, dijo una de las amigas. Vamos Thiago, un beat box.  Otro amigo soltó una pista vieja de una canción que grabaron todos en una de sus noches de juerga. La música de inmediato animó a Thiago. Solo faltaba Jimmy, el genio de la improvisación del grupo. Seguía callado por vergüenza de arrastrar las palabras frente a sus amigos. El resto de los muchachos intentó improvisar, pero las letras que lograban carecían de estética. Vamos Jimmy, libérate, le dijo la muchacha por la que se moría Jimmy.

La magia de la música no esperó. De pronto Jimmy se contagió del momento. Aquí estamos, en casa, locura la que pasa, que tiempos jodidos, mejor del virus yo me olvido. Bum, bum… bum, bum, bum, bum… el beat box de Thiago se unía a la voz de su amigo. Milagro, pensó veloz Jimmy, sin dejar de improvisar. De golpe desaparecieron sus tartamudeos. Era como si un motor sin gasolina de pronto se moviera bien afinado, tan solo alimentado por notas musicales.  Aquí estoy de nuevo. No vaya a ser que solo sea una oportunidad única, así que a darle con todo. El aire vinculante expandía los decibeles. El ritmo se esparcía a todos a pesar de la distancia social. Vamos Jimmy. Dale hermano. La lírica continuaba, desenfadada, agradecida por ese momento mágico. Bravo. Los silbidos mezclados entre aplausos. Las risas que tocaban la euforia.

La música cesó. Jimmy habló, emocionado, otra vez con sus palabras atrapadas. Volvió a callar porque sabía que ese no era él, no era un tipo que vivía a bajas revoluciones.  Volvió a callar porque percibió el rostro desencajado de sus amigos. Hasta que la chica que le gustaba lo animó a seguir. Le sonríe.  Jimmy estaba con rabia pero inspirado. Otra vez a empezar de nuevo.  1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21… Le vinieron nuevas frases a la mente y le sonaron perfectas.  Volvió a improvisar, sorprendido, no se cansaba de soltar tantos versos a máxima velocidad. La música se expandía en espiral dorada, atemporal. Los muchachos revivían el pasado, mezclaban el presente con los sueños que vendrán. Buscaban, sin saberlo, alguna razón áurea universal que no podían explicar.

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